sábado, 13 de noviembre de 2010

Sus rodillas también tienen derechos



Todo parece indicar que las aerolíneas de bajo coste han llegado y se han establecido para quedarse.

La posibilidad de que los viajeros puedan comprar vuelos baratos y viajar con mayor frecuencia de lo que venía siendo habitual antes de la crisis económica, es ya casi una necesidad; de hecho gran parte del tráfico de pasajeros lo transportan este tipo de aerolíneas.

A mi entender, el bajo coste, los vuelos baratos, son aquellos que han suprimido servicios que antes eran inherentes a los mismos, pero que no resultaban esenciales.

Muchos de estos servicios derivaban en despilfarros, que eran soportados por el elevado precio de los vuelos.

Incluso en las comidas que se servían a bordo, que en opinión de muchos nunca eran buenas, también existía una falta evidente de aprovechamiento de recursos.

La moderación, finalmente, se impuso en muchos aspectos, y si bien en vuelos de largo recorrido, generalmente operados por aerolíneas denominadas tradicionales, aún se sirven comidas de forma gratuita, la moderación ha terminado imponiéndose.

Sin embargo, la supresión de servicios gratuitos para convertirlos en servicios pagados les ha resultado muy atractiva a las compañías de bajo costo, por lo que no solo han suprimido la gratuidad de los servicios que razonablemente pueden considerarse como complementarios, sino también de la mayoría de los que son prácticamente imprescindibles para viajar.

Ahora hay que pagar por todo, incluso por el hecho mismo de pagar con tarjeta de crédito, cuando es la única forma de pago mayoritariamente disponible por los pasajeros.

Pero lo que me resulta más curioso es que todo eso se acepta, en general, de buen grado por los sufridos compradores de vuelos baratos.

Cosas que no se aceptarían en ningún otro medio de transporte se aceptan sin rechistar cuando se trata de volar en una compañía de bajo coste.

Imagínese usted que se dispone a salir en dirección al aeropuerto y para ello solicita los servicios de un taxi.

Imagínese también que cuando el profesional llega al lugar donde usted está esperando con su equipaje, antes de acomodar éste, le dice que tiene que pagar 25 euros por cada bolsa que quiera llevar en el maletero del coche.

Seguramente, usted pensaría que se trataba de una broma e inmediatamente preguntaría donde está la cámara oculta.

Sin embargo, eso mismo lo ve normal cuando va a embarcar en una “low cost”, e incluso acepta que si se pasa un poco del peso establecido pague un fuerte recargo o saque algunas cosas de su maleta y las arroje directamente a la papelera.

Además, cuando viaja en el taxi camino del aeropuerto si el vehículo tiene retrocedidos a tope los asientos delanteros y usted apenas puede viajar sin clavar las rodillas sobre el respaldo anterior, seguramente le pediría al taxista si por favor podría hacer su asiento un poco más hacia adelante.

¿Hace usted lo mismo cuando se sienta en el avión y ve que sus rodillas se encajan directamente en el respaldo anterior?

¿Pregunta a la tripulación por qué no puede sentarse normalmente en el asiento, o se acomoda como puede sin más?

¿Y por qué no lo hace?

Las compañías aéreas han conseguido capitalizar en su propio beneficio unos inconvenientes para sus clientes que serían totalmente inaceptables en cualquir otro medio de transporte también barato, como un autobús.

¿Y cómo consiguen las compañías de vuelos baratos –que ya en realidad no lo son tanto sino que solo lo parecen– que el usuario acepte términos en su contrato de transporte que en modo alguno aceptaría en otro medio?

Para lograrlo, algunas aerolíneas de bajo coste le harán ver al pasajero que viajar antes, por ejemplo, de Madrid a Londres costaba 300 euros, lo cual es cierto.

También le dirán que ahora tiene la oportunidad de conseguir este vuelo por 5 euros, lo cual no es cierto en un altísimo porcentaje: solo unos pocos viajarán por cinco euros.

Además le dirán que al viajar por cinco euros usted no puede esperar grandes comodidades ya que han sido suprimidas para lograr ese precio, lo cual tampoco es completamente cierto: las comodidades se suprimen para aumentar los beneficios de la compañía.

El precio medio de los billetes de avión de las compañías de bajo coste no baja de los 45 ó 50 euros, lo que significa que si hay algunos billetes a 5 euros tendrá también que haberlos a 70 u 80 euros, ya que si no las cuentas no salen, y desde luego si no hay billetes a 70 u 80 euros tampoco los habrá a cinco.

¿Esta situación de vuelos “low cost”, donde se traslada a los pasajeros como podría hacerse con una mercancía industrial tiene futuro?

Pienso que no, y algunas compañías americanas de bajo coste ya están empezando a desandar el camino que conduce a un resultado catastrófico.

El bajo coste no es sinónimo de engaño al pasajero, de forma que la tarifa y los gastos opcionales deberán estar bien claros en el proceso de la compra.

El bajo coste no es sinónimo de trato poco cortés por parte del personal de la aerolínea.

En el bajo coste es importante ahorrar espacio en la cabina para acomodar al mayor número posible de pasajeros, pero las rodillas de éstos también tienen sus derechos.

A medida que los pasajeros se hagan más exigentes y no estén dispuestos a aceptar ser tratados de forma inadecuada, el bajo coste del futuro evolucionará hacia lo que debe ser: una forma de viajar digna y económica, sin lujos, pero sin incomodidades inaceptables, donde el precio del billete esté claro desde el principio.

Ahora, en muchos casos, estamos lejos del objetivo, pero se camina hacia el mismo.

Conseguirlo es cuestión de tiempo.

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